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FALACIAS MARRULLERAS: «Algo no es peligroso porque no hay peligro inminente» - enero 28, 2017 por Agustín Barahona

Música en llamas — Foto de Stock

«Hablaremos sólo en términos coloquiales para que todo el mundo nos entienda.

En los debates sobre estado de edificios, una de las falacias básicas que usan algunos es decir que en un edificio marcado por la Inspección Técnica de Bomberos como no cumplidor de prácticamente ninguna de las obligaciones básicas contra-incendios «no hay un riesgo inminente», lo cual es cierto, no lo hay «inminente», porque mientras no esté en llamas el edificio o fracturándose la estructura no lo hay, por definición.

La catalogación de riesgo inminente, catalogación que pertenece a una escala graduada que usa el Cuerpo de Bomberos, no es lo que determina que algo sea peligroso o no, determina sólo lo que se denomina la necesidad de «acción inmediata«, ¡que nadie os engañe! Las relaciones causa efecto pueden producirse en cuestión de milésimas de segundo y pasar de una situación de peligro latente, como es el caso que describimos, a peligro inminente, lo que hace darse cuenta a cualquier persona con dos dedos de frente de que el propio peligro latente es en sí mismo grave y que, en suma, lo único que debe importar es si hay o no peligro, independientemente de la catalogación de estado del edificio que se describa en un momento dado. Porque NO DEBE HABER PELIGRO ALGUNO EN NINGÚN GRADO.

Algo es peligroso cuando del informe de Bomberos así se colige, como es el caso que tratamos en este ejemplo, y como era el caso de los trágicos Alcalá 20 y Madrid Arena, donde tampoco había peligro inminente y por eso ocurrió lo que ocurrió. Y un informe de las características que tratamos en este ejemplo implica necesariamente el cierre INMEDIATO del edificio hasta que se acometan las reformas que hagan que deje de ser peligroso, si esto es posible –y si no, debe ser derruído–, porque sabiendo que es peligroso no se puede admitir ni un segundo más ni siquiera la hipótesis de que alguien pueda estar allí dentro. Es una cuestión de humanidad e inteligencia básicas.

Además, no se puede admitir ninguna otra cosa, porque cualquier edificio para que pueda estar abierto y en funcionamiento debe ajustarse completamente a la legalidad vigente y ninguna persona de bien puede admitir nada inferior a eso, pues es el mínimo con el que se debe contar en un Estado de Derecho: la completa legalidad.

Es el clarísimo término «inminente» lo que es foco semántico de esa expresión y el truco que usan estas gentes falaciosas marrulleras con que abrimos esta serie de artículos. Pero lo que la gente honesta debe determinar no es si hay «riesgo inminente», sino sólo si hay riesgo. Y en una situación como la descrita lo hay, en una escalofriante medida.

Es idéntico caso al de las mujeres maltratadas: como no hay «peligro inminente»… son asesinadas.

Un jubilado de Sevilla le ha costado a las eléctricas más de 500 millones. Noticias de Tecnología - enero 25, 2017 por Agustín Barahona

Foto: Antonio Moreno, frente a los contadores de la luz (cedida por Interviú)

Un jubilado de Sevilla le ha costado a las eléctricas más de 500 millones. Noticias de Tecnología. En ocasiones, para plantarle cara a un gigante, basta con no tener nada que perder. Antonio Moreno, ingeniero industrial retirado, se embarcó en esta titánica labor en 1994. Y ahí sigue

Origen: Un jubilado de Sevilla le ha costado a las eléctricas más de 500 millones. Noticias de Tecnología

¿CUÁL PUEDE ENTENDERSE QUE ES ACTUALMENTE EL ‘PROBLEMA’ REAL DE LA MECÁNICA CUÁNTICA? - enero 19, 2017 por Agustín Barahona

Por motivos profesionales de investigación musicológica sistemática que no vienen al caso, después de haber estudiado mucho tiempo mecánica cuántica –la mecánica de lo extremadamente pequeño, lo atómico y subatómico– hasta donde mis limitaciones me permitían (partía de la física cuántica estudiada en el bachiller, actualizada con los nuevos conocimientos que al respecto habían ido desarrollándose tras aquellos dados), limitaciones éstas que fueron a su vez desapareciendo hasta cierto punto en la medida que profundizaba más y más para poder comprender lo que había realmente tras esos cálculos, como le habrá pasado a cualquier persona eminentemente racional que la haya enfrentado, he llegado a la siguiente conclusión provisional de qué es lo que le sucede y, consecuentemente, cuál es, a grandes pero fundamentales rasgos, el problema real conceptual que tiene en nuestros días la mecánica cuántica para su posible desarrollo, entendiéndose que esto que escribiré es sólo la conceptualización a la que ha podido llegar alguien que no es físico profesional a partir de los medios de educación cualitativos que la propia ciencia pone a nuestra disposición en nuestros días y, por lo tanto, la conclusión a la que cualquier persona con los mismos conocimientos y posibilidades podría llegar. Nada más.

Históricamente quienes desde el principio han trabajado profesionalmente en la mecánica cuántica pueden dividirse entre, por una parte, quienes querían aprender a manejar rápidamente el descubrimiento de todo un campo –nunca antes siquiera atisbado en la historia de la humanidad– para generar un aprovechamiento inmediato que pudiera ser utilizado para aplicaciones en la tecnología contemporánea y, por otra parte, quienes además de eso querían comprender la naturaleza real de aquella fenomenología aparentemente tan contraintuitiva como los experimentos mostraban. De haberme dedicado profesionalmente a la física no me cabe duda de que me habría incluído en este segundo grupo, porque siempre he entendido que eso es realmente lo que es hacer ciencia, y no lo primero. Es por eso que lo poco que he aprendido en cualquier ámbito he intentado siempre aprenderlo profundamente. Científicamente.

Describir las cosas y los fenómenos es sólo una parte inicial de la actividad científica sin la cual no podríamos explicarlos, explicación que sería siempre el verdadero objetivo científico final para poder continuar desarrollando nuestro conocimiento del universo. Si todos los intentos científicos anteriores en la historia se hubieran quedado sólo en la parte de la descripción sin llegar jamás a la explicación no habríamos podido seguir desarrollando nuestros conocimientos científicos porque no habrían sido tales y nos habríamos quedado apenas en ser buenos descriptores, y quizá por ello mejores utilizadores, de las regularidades de los fenómenos naturales, lo que quizá podría habernos reportado ocasionalmente algunos beneficios tecnológicos paralelos, pero poco más. Todo esto dentro de las cavernas, por supuesto 😉 porque tendríamos un gran control predictivo de cómo funcionan, por ejemplo, los rayos y dónde y cómo caen, pero seguiríamos creyendo que quien los arroja es Zeus o equivalentes 😉

Quizá con ésta anterior y con la siguiente analogía que voy a poner se entienda bien cuál es la dificultad real por la que atraviesta en estos momentos la mecánica cuántica en tanto que un aspecto de la ciencia moderna.

Supongamos el caso hipotético de que alguien quiere usar un software de secuenciación de sonidos para probarlo y ver si lo compra, pero no dispone de instrucciones para ello. O sea, no sólo no dispone del código fuente para estudiarlo, sino que tampoco dispone ni de un manual exhaustivo del funcionamiento y bondades del software ni tampoco de una referencia rápida para poder manejarlo. En esas indigentes circunstancias no le queda otra solución que hacer correr el programa en el ordenador e intentar investigar el software desde fuera, haciendo una descripción exhaustiva de lo que se puede conseguir con cada combinación de teclas posible que sabe que pueden equivaler a significados o acciones individuales por parte del programador dentro de su sistema operativo. Tendrá que testar, mediante ensayo y error, cada una de esas combinaciones de teclas y ver cómo reacciona el programa, anotando cada correlación, una por una, en una lista que posteriormente le sirva para poder utilizar el programa. Cuando esté seguro de que no le quedan combinaciones por descubrir y describir podrá estar también razonablemente seguro de que dispone de todos los medios que aparentemente el programador puso bajo su poder con el fin de que pudiera hacer aquello para lo que el programa, en este caso, estaba destinado: la secuenciación multipista de sonidos a través de diferentes entradas posibles para que ésta dé luego órdenes a aparatos sonoros.

Con el tiempo podrá llegar a tener una buena pericia del manejo de la parte descubierta y quizá, si tiene suerte, podrá también descubrir alguna que otra posibilidad no tan evidente de combinación de teclas que el programador utilizó, o incluso hacer conjeturas, a partir de las regularidades del método aparentemente usado por el programador, de cómo podrían usarse atajos o comandos combinados u otros dispositivos conceptuales para realizar tareas más complejas o hacer tareas conocidas de un modo más fácil. Sin embargo, si un colega que ve el resultado de los trabajos de secuenciación del primero le pidiese a éste que escribiera un libro sobre los fundamentos de la programación de secuenciadores a partir de ese programa, de modo que así otras personas pudieran comprender cómo fué hecho y desarrollar el mundo de los secuenciadores de modos más personalizados o incluso más universales que ése, el individuo se encontraría con un problema insoluble, pues él no es un conocedor real de cómo funciona el programa ni por qué: él sólo es un utilizador experimentado de ese programa. Si de él dependiese el desarrollo de ese conocimiento estaríamos todos en muy mala situación para poder hacer un avance real y nos quedaríamos atascados en ese estado de consecución descriptivo-funcional por décadas, quizá por siglos.

Sucede parecido en la ciencia –solo que en ésta no tenemos, como en el ejemplo del secuenciador, una finalidad especial para la naturaleza y sus partes que nos guíe utilitariamente ni, hasta el momento, evidencia alguna de ningún programador, aunque sí podemos ver y comprobar que la naturaleza se autorregula inevitablemente por sus propias características inherentes–, aquellas cosas cuya investigación se detiene justo en la fase de descripción sin poder concluír con la fase de explicación quedan congeladas en el tiempo en su posible avance, una vez aprendidos a usar todos los botones del dispositivo científico. Una cosa es ser un científico y otra muy distinta un manejador de ciencia, como distinto es ser un desarrollador de automóviles que aprender a ser conductor de los mismos. Cuando el científico no cumple con su función está dejando de ser un científico en cierta medida, y además, en tanto pueda llegar a no permitir, voluntaria o involuntariamente, sucesivos desarrollos de la verdadera investigación científica que pretende explicar la naturaleza de las cosas se estaría convirtiendo en un verdadero cancerbero del statu quo impidiendo que éste y la ciencia pudieran avanzar.

Y éste mismo es en gran medida el panorama actual de la mecánica cuántica en la ciencia. Voy a simplificar muchísimo la historia para no alargar en demasía la reflexión, que ya es algo larga, y sólo mencionaré los rasgos más relevantes a estos efectos.

La escuela que prosperó en primer lugar fue la así llamada Escuela de Copenague, representada por el científico danés Niels Bohr, que es la que acuñó la trístemente famosa y malhadada frase que se aplica siempre sobre la mecánica cuántica que dice «¡tú calla y calcula!», es decir, este mundo subatómico es un mundo probabilístico donde el azar, la casualidad, impera, no me importa qué es lo que produce esto mientras yo crea que puedo manejarlo eficientemente al descubrir y establecer regularidades de las que yo pueda sacar provecho. Einstein, sin embargo, estaba confrontado radicalmente contra la interpretación probabilística e indeterminada de la realidad de esta escuela y toda su vida luchó contra estas ideas simplemente instrumentales que, según él lo entendía, habían enfermado a esta parte de la ciencia que ya no se dedicaba a explicar, sino, grosso modo, tan sólo a describir y usar los resultados de las descripciones para medir dichas regularidades.

Einstein –y posteriormente también muchos otros científicos– incluso ridiculizaba las ideas de la escuela de Copenague hablando de las violaciones implicadas del principio de localidad como de acciones fantasmales a distancia –y expresiones parecidas durante toda su vida, como cuando se burlaba diciendo no creo que Dios juegue a los dados ò no creo que la Luna no esté ahí cuando no la miramos— y explicando que si parecían ser así (por ejemplo, que dos partículas quedaran relacionadas y compartieran propiedades directas, complementarias, inversas, etc independientemente de la distancia a la que estuvieran antes de quedar relacionadas y sólo al ser observadas), así como otra cantidad de cosas también parecían comportarse extraña e indeterminadamente, era debido simplemente no a que la naturaleza de repente fuera esencialmente indeterminista sino a que la naturaleza era determinista, como siempre habíamos comprobado y seguíamos comprobando en nuestro mundo directamente observable, solamente que operaba con una serie de variables que aún no habían sido descubiertas –llamadas ahora en la historia de la ciencia «variables ocultas», es decir, no por «ocultadas», sino por aún no determinadas (que entiendo que es como deberían llamarse realmente, para no inducir a error)– y que eran las que explicaban el por qué de esas apariencias pretendidamente locas que la descripción de Copenague sugería. O sea, que si bien las matemáticas mostraban que la mecánica cuántica funcionaba al nivel de esas apariencias no por ello dejaban éstas de serlo –yo digo siempre a mis alumnos que una apariencia o una invención irracional puede ser completamente regular y que, por tanto, se pueden hacer funciones matriciales hasta con uncornios, por lo cual no hay que fiarse y hay que contrastarlo todo con la realidad– y había que comprender en qué consistían realmente dichos espejismos indeterministas, como se había hecho antes siempre en la ciencia. Por lo tanto, estábamos ante una teoría incompleta.

A Einstein le daba la impresión de que parecía como si, por vez primera en la historia de la física, ésta se hubiera rendido a una especie de pensamiento mágico de las apariencias sin intentar hacer el imprescindible esfuerzo por comprender cuál es la realidad que hay detrás, como si la mayoría de sus colegas se comportaran como niños pequeños con un nuevo juguete con el que querían jugar olvidándose de que eran seres adultos. O como si, de repente, después de ver la actuación de un prestidigitador se hubieran dedicado a hacerle cálculos sobre las apariencias de sus fenómenos circenses sólo porque éstas se repiten exactamente igual en cada actuación del prestidigitador, sin preguntarse jamás dónde está el truco aunque se hubiera podido calcular las regularidades invariables que el mago presenta a través de todas las oportunidades en que lo muestra; todo esto sin darse cuenta del peligro que actuar así tiene de acabar realizando análisis injustificados y sesgados de los datos.

Por todo ello, en 1935 Einstein, Podolski y Rosen escribieron un muy famoso e histórico artículo (Einstein, A.; Podolsky, B.; Rosen, N. (1935). «Can Quantum-Mechanical Description of Physical Reality Be Considered Complete?». Physical Review 47: 777-780.) que, mostrando y calificando punto a punto como incompleta la interpretación es decir, «explicación»— preponderante de Copenague de la mecánica cuántica, ponía ésta en entredicho haciendo que hubiera podido ser abandonada durante mucho tiempo si no hubiera sido porque Von Neuman, un matemático muy reverenciado en la época, poco tiempo después publicara un artículo donde supuestamente demostraba que las variables desconocidas necesarias de las que hablaban Einstein y muchos otros eran incompatibes con la física cuántica. Inconcebiblemente nadie comprobó si la demostración de Von Neuman era correcta o no, debido al aura de gran matemático que éste tenía (craso error, eso jamás se hace en ciencia) y la conclusión fué repetida ad nausea como un magister dixit en todos los libros de estudio de la física durante generaciones.

Todo siguió así hasta que, 9 años después de que muriera Einstein –que falleció en 1955–, en 1964, el joven matemático irlandés John Bell postuló las desigualdades que llevan su nombre y que supuestamente agotaban la posibilidad de seguir investigando cuál era la realidad de la naturaleza descrita por la mecánica cuántica. Y digo «supuestamente» porque, contemporáneamente a Bell, y continuamente después, se ha ido mostrando y demostrando que las desigualdades y los experimentos que se sugirieron para probarlas no eran ni exhaustivos ni realmente adecuados para determinar la realidad de la naturaleza subyacente (¿lo serán definitivamente algún día?). Es decir, se pidió a físicos experimentales encontrar condiciones en las que se infringiesen las desigualdades de Bell, pero nadie revisó las condiciones obvias de restricción de los métodos que habría que haber utilizado ni se les pidió que publicasen los datos completos, incluidas las ejecuciones que no funcionan del todo (de nuevo craso error: eso no se hace en ciencia). Sin embargo, a raíz de la alegada demostración de las desigualdades de Bell muchos físicos se apuntaron al carro de zanjar ahí la discusión sobre la interpretación –repito, en realidad «explicación»– de la mecánica cuántica diciendo que si la propia mecánica funcionaba «qué más les daba a ellos por qué», sin darse cuenta de que saber ese «porqué» es lo único que permitiría en el futuro desarrollar científicamente el conocimiento de esta fundamental parte de la naturaleza, lo extremadamente pequeño, aquello que constituye, por necesidad, la realidad que sustenta el propio universo completo.

Y me pregunto: ¿no hay en este panorama recién dibujado un poco de la falacia de la zorra y las uvas verdes, de una de las fábulas de Esopo?;¿puede alguien comprender que un científico verdadero no quiera hacer todos los esfuerzos necesarios para conocer y comprender la realidad que subyace a un conjunto de fenómenos para así poder explicar más profunda y realmente en qué consiste su naturaleza y poder seguir desarrollando la ciencia?

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