«Si una ópera original era un drama místico, mitológico y simbólico, por ejemplo, no debe permitirse que la incultura o la veleidad pueril o esnob de un director de escena pueda jamás perjudicar ni el sentido ni el significado del texto y música originales ni, por tanto, la auténtica finalidad dramática para la que estaban concebidos. Por ello, no puede achacarse fundamentalismo alguno al público que no gusta ni acepta que la obra de arte original se haya intentado forzar hacia otra que al director de escena le habría gustado crear de haber sido suyo el texto o la música, pues generalmente el público acepta bien todo cambio que contribuye a mejorar la eficacia del drama original y rechaza taxativamente todo cambio que lo perjudica, extravía o destruye. » [Agustín Barahona]
«Es fácil ver qué efectos de sonido han hecho los técnicos en las bandas sonoras tradicionales de cine de terror para combinarlo todo en las producciones sonoras que se presentan falsamente en los teatros y salas de conciertos como música [!] culta y hacer creer a los espectadores que están ante una nueva y original producción. Ruido sabemos hacer todos, incluso los no profesionales, y cuanto más caótico e ininteligible menos puede distinguirse la presencia de copias y mezclas de antecesores. Sin embargo, esto mismo es irrealizable en la música culta de verdad, la inteligible y emocionante música clásica moderna, sin que su público lo detecte claramente, pues cuanto más identificable y compartido con el destinatario es el lenguaje con que se transmite una obra de arte y cuanto más claro es el mensaje transmitido más identificables son las obras y todos sus fragmentos, por lo que es imposible que la verdadera música clásica moderna pueda prestarse a la farsa y a la copia como sí se prestan las producciones sonoras de efectos de sonido caóticas, nuclearmente ruidistas o extremadamente atonales antes referidas.» [Agustín Barahona]