«Efectivamente, sólo podemos pedir cortesía para nuestros errores cuando la ofrecemos a quienes corrigen los nuestros.
Pensadlo despacio, porque no es un recíproco directo sino oblicuo.
Lo que quiere decir es que no es cuando nosotros somos corteses con los errores de otros cuando podemos pedir cortesía para con los nuestros –si fuera así el mundo acabaría en un caos de cortesías erráticas y erradas de horrorosos errores– sino que esa cortesía sólo ha de ser recíproca con nuestra capacidad de aceptar honestamente ser corregidos de buen grado, sin hacer dramas, porque tengamos la convicción sapiencial de que es la situación idónea para que todos podamos seguir aprendiendo y mejorando el mundo.
Es más, generalmente las personas que muestran abiertamente ser capaces de aceptar las correcciones que otros les hacen son personas a las que esas correcciones nunca se les hacen con agravio o enfado sino con la convicción de estar realizando una buena labor caritativa y educativa a alguien que reconoce dicha labor.
Y así el mundo podrá seguir evolucionando de un modo inteligente.
Quienes dicen que hay que ser indulgentes con los errores ajenos para que el prójimo sea indulgente con los nuestros sólo están proponiendo sin darse cuenta una absurda canallada que empeora el mundo.» [Agustín Barahona]
«Deberíamos cada uno sentarnos a calcular cuáles deberían ser realmente nuestros impuestos después de descontarles aquellas cosas que son delictivas e inadmisibles y a las que sin embargo el Estado, a sabiendas, nos pide que contribuyamos económicamente. Y si pudiéramos hacerlo desde una plataforma de insumisos a los pagos a aberraciones democráticas mucho mejor. Ahí dejo la idea. Seguro que los impuestos que pagaríamos serían muchísimos menos y los que pagáramos estarían finalmente mejor y más justamente utilizados.
Ese derecho a decidir que los impuestos sólo se usen en cosas justas debería estar en la Constitución, ya que parece que la lógica sola no sirve.
Está visto que vale más actuar que denunciar. La actuación es, de hecho, la mejor denuncia, porque tiene un mayor eco social y obliga a las autoridades competentes a tener que dar una solución al problema que ya no puede evadir.
Actuemos pues con justicia y paguemos sólo lo justo» [Agustín Barahona]
«Si los principios jurídicos vitales para que haya justicia en un estado de derecho no se llevasen a cabo no podría haber estado de derecho, sino estado de «¡no hay derecho!». Sería el caso, por ejemplo, cuando los castigos impuestos no fueran proporcionales al delito cometido y además fuera mayor la condena por un delito menor que por otro mayor. Podríamos decir que sería el mundo del revés o, siendo muy generosos, que se estaría siendo arbitrario. Sería, además, uno de los problemas de que el Derecho en una sociedad fuera un proceso constantemente parcheado, por así decirlo, porque parchear una máquina en constante desarrollo como sistema total como lo es la sociedad requeriría que cada parche fuera también a la totalidad funcional o la máquina se estropearía irremisiblemente. Pero lo que en ese caso no podríamos hacer sería explicar por qué se produce el problema y luego quedarnos cruzados de brazos sin intentar resolverlo.
No podría ser que estafadores, fraudulentos, corruptos, extorsionadores, desestabilizadores del sistema político, rebeldes y sediciosos manifiestos, traficantes de influencias con una dudosa corona, evasores de impuestos, etc, que entre los (ir)responsables civiles y políticos cometiesen delitos todos los días y que el partido político en el poder los amparase de mil formas distintas siempre al final detectadas –si no son ya evidentes–, negando las evidencias, destruyendo pruebas y manipulando al poder judicial, no podría ser, digo, que esos delincuentes no fuesen los primeros en estar ya en la cárcel y que sin embargo se persiguiera y castigara antes a delincuentes lejanamente menores –muy lejanamente– con penas mayores que se hicieran efectivas, además, de inmediato.
No podría ser, por ejemplo, que unos titiriteros acabasen en la cárcel por ejercer su derecho de expresión en su trabajo de representación artística de la realidad –por muy cutre que sea ésta y por muy dura que fuera la denuncia de esa realidad–; no podría ser que un grupo de jóvenes indignados con tanta evidente y sangrante infamia social expresasen torpemente su indignación a través de lo soez con mal gusto –eso sería un problema de educación, no de cárcel– y ése mal gusto fuera tomado en serio –a pesar de que fuese evidente que no se debiera– como amenazas o apología del terrorismo cuando de lo que se estaría haciendo apología en todo caso sería de que la humanidad ya no aguantaría más y de que nadie iría a poder pararla por unos años de cárcel que pretendiesen enterrar a la vista al problema generado por las víctimas del abuso tras la denuncia, sino sólo incendiar la sociedad para que, como en el caso del legendario Muscio Scévola, vengan detrás miles de mártires más sin nada bueno que perder esta vez. Si eso fuera así spondría, entre otras cosas, que nuestros dirigentes jamás habrían estudiado ni historia ni psicología y que no conocerían en absoluto al ser humano al que estarían esquilmando, denostando, masacrando y destruyendo sin piedad. En resumen, no podría ser que esas supuestas situaciones fueran perseguidas y ajusticiadas de inmediato dejando impunes las que generan realmente todo el problema y lo explican. Dejando impunes las que generan el problema y lo explican, repito.
E, insisto, no podría tener lugar por mucho tiempo ese caos injusto y evidente porque el pueblo llano podría decir en cualquier momento «¡basta, hasta aquí hemos llegado, y ahora si usted me quiere meter en la cárcel tendrá primero que cogerme y luego matarme, después de que yo haya matado al verdadero criminal que me está persiguiendo desproporcionada e injustamente y que me imposibilita la vida en normal y justa convivencia!», porque no es la primera vez que esto habría ocurrido. Y una vez que comenzase a ocurrir, la revolución consiguiente sería ya imparable para perjuicio de todos, aunque fuera legítima para quitar del poder a quienes lo mancillasen usándolo para abusar de los demás con una desfachatez histérica e histórica que no porque esté repleta de precedentes sería menos dolorosa o dañina.
¿Verdad que no van a dejar que eso pueda ocurrir, señores políticos?» [Agustín Barahona]