
«Estad atentos a este estigma distintivo, porque los directores españoles de instituciones públicas que instruyen nuevos comportamientos normativos pero que sin embargo en su instrucción no hacen referencia alguna a la norma que ampara dicho nuevo comportamiento son habitualmente personas autoritarias y narcisistas con graves problemas emocionales generalmente radicados en su infancia y adolescencia, que no soportan que los
ciudadanos no les rindan pleitesía ni que les pregunten sobre cuál es la norma que dichos directores están siendo en realidad obligados a ejecutar, y prefieren presentarla como una norma que ellos deciden ejecutar como si la ejecución de normas fuera algo arbitrario que dependiese del capricho de una o varias personas y ellos tuvieran el supuesto poder de ese capricho 🙂
Lo simpático es que a ese tipo de gente es muy fácil controlarla y descontrolarla y ellos mismos terminan haciendo que sus cada vez más graves problemas psicológicos, además de afectar a su vida y a su salud, afecten a su función pública terminando por ser apartados de la misma por los mismos que los amparaban inicialmente en sus malos procedimientos.
Hoy en España cualquiera puede ser director de una institución pública, no se le requiere ninguna formación realmente especializada que demuestre ser consciente ni de sus obligaciones ni conocedor mínimo de las mismas; ni, por supuesto, ningún informe de psiquiatría. Por eso, quienes tienen un profundo conocimiento de la naturaleza humana tienen siempre un gran poder sobre este tipo de personas que muestran ser simplemente serviles inútiles, como tan agudamente caricaturizó el genial Francisco Ibáñez en su personaje del «dire» en el cómic del Botones Sacarino.
Como decía mi amigo Cicerón: Historia Magistra Vita est 😉 » [Agustín Barahona]


Esto tiene que ser falso, no sólo porque va contra toda lógica sino porque los delitos auspiciados por un estado que protege lo irracional sobre lo racional no pueden estar en un Estado de Derecho moderno y justo:
Véase también:

A finales del siglo XVIII los ciudadanos de una famosa ciudad europea se hartaron de todo tipo de constantes abusos y, dándose cuenta de la proporción de número que había entre ellos y sus dirigentes, a raíz de una injusta subida del precio del pan decidieron ir a por los que estaban destrozando el mundo creyéndose a salvo de la mayoría de la población, cuestión en la que jamás hay que confiar porque cuando el pueblo va a por el comendador Fuenteovejuna tiene un poder casi inexpugnable, como la historia ha demostrado siempre.
Y esos ciudadanos cambiaron el mundo para siempre.
La posibilidad de que una hazaña así se repita aumenta exponencialmente cada día que pasa. Y la posibilidad de indiscriminados baños de sangre por doquier, justos e injustos, aumenta con cada descubrimiento diario de la sangrante realidad que realiza el ciudadano.
Si uno estudia la historia se da cuenta de inmediato de que todas las revoluciones, sin excepción, son iniciadas en primera fase por los más brutos; y una vez que el resultado adquirido se va estabilizando es cuando los menos brutos –o a veces incluso los cultivados y justos, aunque esta fase suele venir siempre de modo injusta y dolorosamente tardío– pueden comenzar a reconstruir. Este fenómeno parece inevitable, porque cuando el caos y la corrupción imperan sólo una horda de brutos puede destrozar lo urdido casi como en tela de araña de hilos de nylon. Y se necesita primero derrumbar lo malo para reconstituir lo bueno en suelo salvo que garantice su estabilidad, aunque lamentablemente nadie garantiza en un primer momento que ese derrumbe inicial tenga garantía alguna de justicia. Y ése es siempre el peligro.
Pero en una situación tal no veo motivo alguno para que los que nos roban la vida todos los días, a base de injusticias concatenadas sin cuento, puedan pensar que están a salvo de nada, por lo que si yo fuera ellos intentaría buscar un medio de equilibrio socioeconómico justo con el resto de los habitantes del mundo, ya que sólo trabajando en esta dirección uno puede acabar «aprovechándose» realmente del mundo mejor que colabora a construir. No obstante, esto parece imposible, porque quienes se corrompen con el agua son siempre quienes llevan en su naturaleza metales corrompibles en contacto prolongado con el oxígeno y sería como pedirle a un religioso que razonara vitalmente para dejar de serlo, olvidando que si razonara vitalmente no sería religioso.
Así pues, que cada palo aguante su vela y que la historia nos sorprenda siempre preparados para ella.» [Agustín Barahona]