¿INTELIGENCIA EMOCIONAL?
Una vez bromeaba con un amigo a quien le preocupaban mucho «los idiotas», como él los llamaba, interesado acerca de este tema de la inteligencia emocional en su relación con problemas muy concretos de la pedagogía:
Inteligencia emocional no es ser capaz de comprender que tienes ante ti un idiota y tratarlo como si fuera inteligente, haciendo a tu vez el idiota y sintiéndote incómodo con tu inteligencia. Inteligencia emocional es ser capaz de comprender que tienes ante ti un idiota y tratarlo como el idiota que es, pero de un modo inteligente, haciéndole sentir cómodo con su idiotez. Aunque nada de esto es muy pedagógico, pues la inteligencia emocional no tiene en la práctica ese fin. Y ése es el verdadero problema.
Quizá no era realmente necesario acuñar una expresión como inteligencia emocional para hablar de la aplicación de la inteligencia sobre las emociones, por parecer obvio que éstas han de estar subordinadas a aquélla y que ésa es precisamente una de las características que el Ser Humano utiliza desde siempre para distinguirse de otros seres vivos, por mucho que a veces hubiera que dudar de la existencia de la inteligencia, sin más apelativos, de algunos de esos seres humanos.
El modelo de las inteligencias múltiples de Gardner de 1983, origen del concepto que nos ocupa, se nos quedó obsoleto casi desde el mismo momento en que nació, como lo mostraron todas las discusiones que al respecto y de inmediato se formaron en el ámbito académico. Se supone que la inteligencia es en esencia la capacidad mental para elegir, para discernir, para inferir, de entre varias cosas lo adecuado, lo cual nos permite resolver problemas. Por lo tanto, se decía que hablar de una inteligencia distinta para cada aplicación de ésta en un campo del conocimiento no tenía base alguna, pues era como declarar abiertamente que cada inteligencia constituía un distinto tipo de órgano cerebral aunque se agrupasen bajo el nombre genérico de inteligencias. Y esa separación de naturaleza orgánica o funcional, distinta para cada caso, había que demostrar que existía independiente, cosa que hasta la fecha nunca se ha hecho, ya que todas las presuntas inteligencias parecen estar extraordinariamente mezcladas a este respecto.
Habría que distinguir entre las habilidades y destrezas en sí mismas que no requieren de la conciencia, la inteligencia –con el concepto y uso que habitualmente tiene– y las distintas habilidades conscientes que podría generar ésta dependiendo de sus campos de aplicación. No hacerlo e intentar igualar las habilidades no conscientes y las habilidades conscientes resultantes de la aplicación de la inteligencia con un tipo distinto de inteligencia para parificar la cualidad de todas esas habilidades era un modo de mediocrizar la inteligencia poniendo cosas al mismo nivel que en realidad no lo estaban. Eso permitía establecer como teorías de la enseñanza lo que en realidad no eran más que meras hipótesis de trabajo, todo ello con el fin de que algunas instituciones privadas pudieran aprovecharse de ello vendiendo una presunta nueva pedagogía distinta mucho más eficaz.
Toda esta discusión –que no es el foco ahora de mi nota, pero que convenía no perder de vista para que se comprendiera un poco mejor los orígenes de la problemática– está lejos de estar resuelta e históricamente no ha hecho más que empezar. Seguramente irá progresando a medida que tengamos más y mejor conocimiento científico sobre el cerebro, su anatomía funcional y el Ser Humano en general.
Como resto, no obstante, de toda esta discusión ya varias veces reformulada sobre las inteligencias múltiples que los psicólogos mantienen, fue quedando la costumbre social de hablar de una de ellas, la inteligencia emocional –después desglosada en varias, las así llamadas interpersonal e intrapersonal–, como una especie de varita mágica para casi todo lo psicosocial. Al respecto de lo que ha dado en llamarse genéricamente inteligencia emocional hay muchas falacias, malentenidos, absurdos y manipulaciones que conviene desbrozar.
1.- No todo el mundo ha de estar a gusto a nuestro lado, pues si eso fuera posible no habría diferencias en la cosmovisión ni en la capacidad de aprender ni en la capacidad de frustración. Y las hay.
2.- No siempre es posible no provocar emociones que desagraden a nuestros semejantes, porque, por ejemplo, no todos están dispuestos a asumir la ignorancia propia con la misma resolución, conciencia y buen hacer. Para evitar desagradar a nuestros semejantes tendríamos que conocerlos adecuada y profundamente y eso es algo que ni siquiera las personas que conviven toda la vida pueden llegar a hacer con la perfección requerida.
3.- La comprensión empática está limitada por nuestras propias posibilidades de asumir experiencias propias previas –que tendríamos en ese caso que tener– como si fueran las que está viviendo la otra persona, por lo que no todo el mundo posee esa destreza o está capacitado biológica, psicológica o educativamente para asumirla.
4.- Comprender empáticamente los problemas del otro no implica tener la capacidad para hacer que el otro los comprenda ni que el otro tenga la capacidad para aceptar que alguien le revele tenerlos. Ambas capacidades dependen de la educación recibida y asimilada por cada individuo.
5.- La finalidad de la existencia no tiene por qué ser conseguir que la gente a nuestro lado esté a gusto con nosotros –a no ser que seamos unos eternos adolescentes–. Es más lógico pensar que la finalidad de la existencia es poder hacer lo que debamos hacer en cada momento, independientemente de cuánto sufrimiento e incomodidad nos genere, integrando ese deber en el deber y bienestar comunes y realizándolo del modo menos perjudicial posible para los demás.
6.- Si la finalidad de la inteligencia emocional fuera ser feliz y conseguir la paz interior, entonces sería más emocional que inteligente. No hay mayor felicidad que adquirir conocimiento para comprender cuál es nuestro deber en cada caso y luego cumplir con ese deber y luchar hasta la muerte por conseguir lo que es justo que consigamos.
7.- Si los argumentos de las personas inteligentes, por muy elegante y suavemente que sean emitidos, ofenden a personas ignorantes no es responsabilidad de las personas inteligentes, sino de quienes se ofenden sin motivo sólo porque otra persona le muestre elegante y suavemente su ignorancia. No todas las situaciones entre dos personas pueden manejarse eficientemente porque se necesita que haya voluntad de eficiencia, poder de eficiencia y saber cómo aplicarla en cada una de ambas partes.
No quepa duda de que este tema de la inteligencia, sea llamada con el epíteto que sea, no está en absoluto agotado con esta breve nota y que en sucesivas ocasiones procuraré ir tratándolo desde diversos ángulos y aplicaciones. Sin embargo, si al menos convenimos todos en que la finalidad de la inteligencia emocional es sólamente el control de las emociones propias mediante la inteligencia propia entonces ya estamos conviniendo mucho y muy importante, y aún tenemos un rayo de esperanza.
Agustín Barahona
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