
«El motivo por el que Rajoy quiere asistir «p(l)asmado» a la sesión con la justicia es porque así mediante medios que no salen en pantalla —como los prompter, por ejemplo (pero hay decenas de medios distintos)— puede ser informado de lo que tiene que responder sin que nadie pueda saberlo, cosa que en la Sala no podría. 🙂 ¡»Valiente» p(l)asmado!» [Agustín Barahona]
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Acualización:
Afortunadamente las excusas del Sr. Rajoy le parecieron a la judicatura tan ridículas e infundadas como a mí y no le han permitido ser un p(l)asmado.

«Casualmente en un zapeo, he visto un momento el programa de «la Secta Noche» [sic]. Sigue siendo una completa vergüenza. Lo que se hace allí no es debate, sino «de bate», es decir, un esperpento donde no sólo se golpean y rompen –y a conciencia– una por una todas las reglas básicas del debate sino donde puede aprenderse perfectamente un modelo de cómo debe hacerse para usar sólo mecanismos de intervención falaces para eludir los análisis y los temas propuestos. De manual.
Desde el programa, a través del propio supuesto «moderador», se permite claramente y sin pestañear que gente deshonesta cometiendo maleducadamente constantes deshonestidades abuse de gente honesta a la que apenas dejan decir las únicas cosas inteligentes e irrefutables que de vez en cuando se oyen.
Estimados conciudadanos, que nadie pueda pensar jamás que eso es «un debate», pues estaría totalmente equivocado: es pura bazofia artificial. Teniendo en cuenta lo fácil que sería mantener un verdadero debate lógico-académico, honesto, a veces pienso que para lo único que se hace ese programa es precisamente para deseducar» [Agustín Barahona]

«La respuesta corta es no, obviamente. De hecho, opinar igual o no que otra persona es irrelevante en sí mismo para el valor que por ello pueda tener la opinión en sí.
Exclusivamente hablando dentro del mundo de la opinión, lo importante no es opinar distinto, como algunas personas afirman falaciosamente –se suele leer y escuchar esta falacia: «tal o cual persona me odia o no me acepta o no acepta lo que digo por opinar distinto a esa persona»–, sino, indudablemente, «opinar correcto», independientemente incluso de lo que después se entienda como el método más adecuado para conseguir saber qué es lo correcto.
Pero fuera ya del constreñimiento de sólo ceñirnos al mundo de la opinión –en cuanto a valoración no analítica que nos formamos de las cosas, sin garantía de su validez–, mucho mejor que la «opinión correcta» es sin duda el juicio correcto, porque el juicio, como falcultad superior del ser humano, nos garantiza que mediante él estamos contrastando la realidad y podemos demostrarla de modo que no pueda ser negada racionalmente, así como que lo hacemos de un modo inteligente y lógico, lo que nos conduce a la mejor aproximación de lo correcto de la que en cada momento dispondremos.
Olvídense pues, para siempre, del viejo truco de la mal llamada política moderna de si la opinión de alguien se parece o no a la opinión de otra persona y es o no por eso una opinión distinta, pues es obvio que una opinión distinta no vale nada si no es una opinión correcta» [Agustín Barahona]