«Cuando un legislador redacta una norma debe articularla para dificultar o anular de antemano toda posibilidad de perversión o interpretación viciada que de seguro intentarán acometer los enemigos del Estado de Derecho. Ese es el motivo por el que desde época romana se dice que una parte de la culpa de que los perversos puedan pervertir la sociedad la tienen los legisladores ineptos, otra los que viendo la ineptitud de sus colegas no hacen nada por remediarlo y otra las autoridades que no aplican las normas o que negocian con ellas. Todos los que han «jugado» al «juego » de las elecciones sabían de antemano cuáles eran las reglas de este juego y la posibilidad de vicio que ofrecían, por lo que no cabe en absoluto quejarse ahora o intentar variar con subterfugios los resultados de la última tirada del dado. Los que, merced a este azar, están en posesión del poder de cambiar las viciadas normas del juego son los que deben cambiarlas, aunque es difícil confiar en ello porque precisamente la posibilidad de perturbación del orden o estado de las cosas es lo que en no pocas ocasiones permite que quienes están en el poder puedan perpetuarse en él.» [Agustín Barahona]
«Entiendo que en una declaración de promesa o juramento a una norma no cabe que nadie pueda contarnos nada más, ni su vida en fascículos ni sus ideas ni las de otros. Es una fórmula jurídica que no admite ningún «adorno» (la pregunta es muy clara y si pide algo que el interpelado no está en condiciones de satisfacer debe éste entonces renunciar a prometer o jurar) y cualquier añadido para hacer declaraciones personales aprovechando la expectación mediática del evento es, como poco, una falta de respeto hacia aquello que se dice estar prometiendo o jurando; amén de que la admisión de esta falta de respeto por parte de la autoridad receptora de dicha fórmula no es tampoco como para estar orgullosos y preconiza una línea y estilo de actuación futura por parte de dicha autoridad. Y, por supuesto, en caso de que alguien no hubiera prometido o jurado la Constitución (sólo son jurídicamente válidos estos dos verbos) su acto administrativo habría quedado invalidado o viciado y habría que proceder de inmediato a corregir la situación como el reglamento exija. Y si alguien ha prometido o jurado guardar y hacer guardar la Constitución y luego no lo hace su castigo debería ser directamente proporcional a la altura de la vileza de su acto, así como de la responsabilidad de su cargo. Las normas, una vez aprobadas y puestas en marcha, no se negocian: se acatan o se derogan. De otro modo, un Estado de Derecho –es decir, que garantice que las normas se van a cumplir siempre– no es sostenible.» [Agustín Barahona]
Por favor… ¡NO ME ABANDONES! Yo nunca lo haría.
«La pureza de los animales hace que en cualquier ser humano con una mínima sensibilidad aflore algo atávico e inconsciente que nos hace confraternizar y desear proteger, del mismo modo que nos sucede ante un niño desamparado. ¿Cómo es posible que pueda haber personas insensibles a este sentimiento sin que podamos entender que sufren cierto grado de psicopatía?» [Agustín Barahona]