«Cuando oímos la palabra código enseguida vienen a nuestra mente conceptos como espías, transmisiones secretas, claves encriptadas o incluso, ya algo más alejadamente para el tema que nos ocupa, la idea de un libro grueso que contiene leyes jurídicas. Es debido a que la idea central de este concepto es lo que necesita de un sistema de reglas para poder ser transmitido. Todo ello lo recoge perfectamente el diccionario de uso del español de la R.A.E., donde actualmente en su punto 4 nos define el concepto prototípico del que hablaba explicándonos que un código es un «sistema de signos y de reglas que permite formular y comprender mensajes secretos.»

Aunque se lo ha llamado código en sentido coloquial –por culpa de los primeros divulgadores, que lo entendieron inadecuadamente, así como por la impericia lingüística de algunos científicos– el ADN no es estrictamente hablando un «código lingüístico», en su sentido criptográfico, como algunas personas han llegado a creer, puesto que no transmite mensaje alguno, sino que se trata de una «patronificación», puesto que consiste simplemente en determinadas organizaciones combinatorias fijas dependientes de una estructura química a nivel atómico que las obliga a relacionarse de un modo concreto.

Pensar que esta combinatoria fuera un código en vez de lo que es, una patronificación, sería como si tiráramos unidades de una sopa de letras dentro de un bol y, tras agitarlo y mirar dentro los resultados después de un rato, creyéramos que porque las jotas y las ces tienden siempre a aparecer enganchadas en pares con las letras con óvalos cerrados y estas últimas nunca aparecen combinadas entre sí, por ejemplo, eso indica que alguien nos está intentando enviar un «secreto mensaje» desde el más allá 😉

Nada más lejos de la realidad.

Ojalá las ciencias en general entiendan algún día que, al igual que los trabajos y explicaciones de cada una deben ser hechos por sus respectivos especialistas, la muy importante y crucial actividad de dar nombre correcto a las cosas debería ser siempre realizada, sin improvisación alguna, por los científicos especialistas en esa tarea: los lingüistas. Mucho más si tenemos en cuenta que, tal como ya señalaba el filósofo Baruch Spinoza, la mayoría de los problemas de los seres humanos devienen de no saber dar nombre correcto a las cosas.» [Agustín Barahona]

mayo 26, 2022 a las 4:35 pm por Agustín Barahona
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